24 Enero 2006

Opinión: Saber ver la arquitectura

Por Alfredo Jocelyn-Holt, publicado en La Tercera, 21 de enero de 2006.

El reciente fallecimiento de Emilio Duhart, uno de los pioneros de la arquitectura moderna en Chile, debiera servir para reflexionar y preguntarse por qué se habla tan poco sobre arquitectura. Hay una clara desproporción entre lo mucho que se construye últimamente y la casi nula discusión pública sobre los tipos de vivienda que se están edificando, la calidad urbana y arquitectónica de Santiago, o su crecimiento desmedido. Temas que afectan a millones de personas en su diario ir y venir, que involucran cuantiosas inversiones, y que, en una de estas, de no mediar tal discusión, puede que nos lleve a lamentarnos cuando sea demasiado tarde, cuando las grúas y buldózeres se hagan cargo de lo poco o nada valioso que sobrevivirá de nuestra época en cuanto a espacios o hitos visibles y representativos. Duhart, por cierto, seguirá siendo admirado por especialistas. El punto no es ese. ¿Por qué no tomar conciencia del alto valor de arquitectos como él y constatar que gran parte del daño y pérdida ya se ha producido, antes, incluso, de que hayan entrado a operar las retroexcavadoras? Permítanme ilustrar el alcance. Comparemos un edificio tan notable como el de Cepal, del cual Duhart fue su arquitecto, con la mayoría de las construcciones que han ido surgiendo de las cenizas del antiguo barrio El Golf. Concordemos que lo que más llama la atención en un edificio como el de Naciones Unidas es su escala humana, su discreción y armonía con el entorno en que está emplazado. El edificio de Duhart, a diferencia de esos titanes que se yerguen soberbios sobre el río, no aplasta nada y a nadie, respeta al Mapocho, no tapa la cordillera, ofrece jardines interiores, deja circular el aire, y un cuanto hay más de óptima calidad. El edificio de Cepal es magnífico, porque es más que imponente, es modesto en el buen sentido de la palabra, y eso que quien lo comisionó era, a principios de los años 60, una "transnacional" súper poderosa, manejaba recursos envidiables, y su palabra aún era ley en toda América Latina, más que muchas de las grandes empresas que han edificado últimamente en el mismo barrio. Con todo, repito, ¡qué modesto es el edificio de Duhart! Es que es ahí donde se nota la impronta indiscutible del arquitecto. Vaya otro ejemplo: la casa que edificó para su familia en Zapallar en 1953. Se trata de una vivienda apenas visible desde fuera; a lo sumo unos balcones y unos pintorescos techos cubiertos de coirón colgante. Nada que ver con lo que actualmente se precia en ése y otros lugares de la costa central, y que se nos publicita periódica y ostentosamente a través de las páginas de revistas de decoración. El contraste es evidente. De hecho, nos encontramos con la paradoja de que Zapallar puede que haya sido un balneario hasta más exclusivo entonces de lo que es ahora; sin embargo, el lujo de hoy habría sido impensable entonces. Alguien, quizá, me podría rebatir diciendo que la riqueza actual es inmensamente mayor. Vale, pero también es cierto que la arquitectura ha cambiado. ¿Qué son, pues, estas nuevas casas? ¿Puramente lugares donde pasar un fin de semana o veraneo, es decir, dejar la ciudad y llevar una vida más simple y distinta a la de Santiago? No lo parece. A juzgar por la suburbanización del litoral central (¡si en Zapallar hay ahora hasta agua para regar jardines del porte de un potrero!), estas nuevas casas son autoconscientemente conspicuas, podrían encontrarse en más o menos cualquier lugar del mundo que las pudiera pagar, y si uno se fija bien en como han sido concebidas, dan la impresión que han sido diseñadas, pensando no sólo en el reposo que ofrecen sino, también, como lugares donde seguir haciendo negocios. Que Zapallar y Cachagua hayan terminado asociándose al "negocio" de la política no es un mero decir. Hace ya mucho tiempo que dejaron de ser el "riñón de la oligarquía" y su exclusividad no se extiende únicamente a la derecha política. He mencionado una casa en Zapallar, y un edificio icono, pero qué pasa con las viviendas sociales. ¿Nuestros mejores arquitectos están construyendo para el MOP y el Minvu como hicieron Duhart y otros durante los gobiernos de Jorge Alessandri o Frei Montalva? Presumo que no. ¿Es que sectores de clase popular ascendente no pueden apreciar y gozar de un buen diseño, y sólo están condenados a condominios en serie, con departamentos pilotos todos más o menos igualitos, como los malls? La analogía no es caprichosa. Cualquier dueña de casa sabe que los supermercados de Santiago poniente, tanto como del sector oriente, ofrecen filete, pero la calidad, o bien, el up grade puede diferir en un lugar u otro, y eso que se trata de la misma cadena de supermercados. Lo mismo sucede con los automóviles y aviones. De ahí que lo que hoy llaman business class sea más o menos lo mismo, en tanto espacio vital (dónde poner los pies y no terminar con tortícolis), que lo que se ofrecía, 20 años atrás, en "clase turística". Duhart, seguramente, apreciaría mejoras en diseño y calidad en la arquitectura actual, no sólo abaratamientos a escala o bien consumo conspicuo que pareciera ser la tónica dominante de nuestros días, un poco remedando la polarización creciente de nuestra economía-sociedad. En una de éstas, le llamaría la atención el Hotel Miramar en Viña del Mar o la Plaza de la Ciudadanía al costado sur de La Moneda. En efecto, son muestras de diseño bien concebido, porque por muy lujosos que sean, los arquitectos han sido modestos. El Hotel Miramar, más allá de su espectacularidad maciza y llena de luces, es una versión actualizada del edificio de los años 40, liberado de todos esos vidrios espejos, tan de los años 80, y que recuerdan las lentejuelas de la señora Bolocco. La Plaza de la Constitución, por fortuna, calza bien con el Barrio Cívico circundante de los años 30 y 40, y evita ser una cita obvia de la plaza de I. M. Pei frente al Louvre; es decir, el arquitecto tuvo el buen criterio de no atenerse al gusto mimético de quien la comisionó. Es bien sabido que a Ricardo Lagos le gusta compararse con Francois Mitterrand, el mentor de Pei. Insisto, hablemos más sobre arquitectura, y apreciemos el valor escaso de la modestia.



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