05 Abril 2010

Lecciones de una hecatombe

Columna de opinión de Jonás Figueroa Salas, arquitecto, técnico urbanista y profesor titular de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Santiago (Usach).

No podemos continuar aceptando que se habiten las orillas litorales y fluviales, sólo aduciendo razones paisajísticas y obviando los peligros a los que se exponen los propios que buscan exclusividad. Portalinmobiliario.com, 30-03-2010. En tiempos clásicos, se celebraban las hecatombes: unas fiestas ceremoniales en donde los griegos sacrificaban 100 toros para mantener el favor de los dioses del Olimpo; de esta cifra y de este animal proviene el origen de la palabra. En tiempos modernos, hecatombe pasó a entenderse como una gran mortandad producto de desastres naturales, climáticos o bélicos. Quisiese por un momento recuperar el sentido de la palabra hecatombe para pensar que los muchos terremotos y maremotos desencadenados a partir del 27F, constituyen grandes sacrificios para los deudos y también para la sociedad toda ya que un importante patrimonio público ha sido destruido. Pero no es menos cierto que es una buena oportunidad para mejorar nuestra relación con la naturaleza, porque ya es hora de que nos demos cuenta que no podemos seguir con esta forma temeraria e irracional de ocupar social y productivamente el territorio, a como dé lugar, sin importar los efectos perversos y los riesgos gratuitos que sometemos a la población. No podemos continuar aceptando que se habiten las orillas litorales y fluviales, sólo aduciendo razones paisajísticas y obviando los peligros a los que se exponen los propios que buscan exclusividad, pues su decisión provoca pérdidas en vida humanas y en recursos que requerimos para mejorar las prestaciones en otros sectores de la vida nacional. Comparados con similares catástrofes desencadenadas en años pasados en Indonesia y Haití, no podríamos afirmar que la tormenta de terremotos y maremotos que asoló Chile el 27F, puede entenderse desde la perspectiva de una hecatombe. A pesar de la intensidad del evento telúrico, el número de muertos y desaparecidos es bajo. Podría haber sido mayor de haberse producido durante la jornada activa, con niños en los colegios, salas de hospital llenas de pacientes en espera, calles congestionadas de vehículos, centros comerciales atestados de público. El número de pérdidas humanas se hubiese multiplicado por diez. Y debemos prepararnos con normativas y prevenciones para un evento de estas características que nos sorprenda a plena luz del día. Por ello, es importante que esta hecatombe también se considere como un aviso previo, sin alarmismos ni histeria, sino sólo aplicando la inteligencia y la protección de la ciudadanía. ¿Cómo? modificando las prioridades de nuestras instituciones públicas, con cargos políticos y dirigentes empresariales inteligentes a la hora del evento, liderando las acciones requeridas para salir del embrollo inicial. 1. La prevención como estrategia: este desastre natural que nos ha calado en lo más hondo de nuestra idiosincrasia, desarmando las creencias desarrollistas de primer mundo y arruinando el discurso del tipo OCDE que nos vendió la Concertación, debe transformarse en un sacrificio que dé paso a la transformación del desarrollismo a ultranza en nuestro modelo económico. Está muy bien que la marina y la fuerza aérea cuenten con tecnología de punta en su equipamiento de defensa nacional, pero este logro debe emparejarse con alta tecnología en la prevención de desastres, en el conocimiento previo de los eventos que atacarán la conciencia y las fibras íntimas del ser chileno, como es el caso que nos convoca. Nuestros mandos militares deben pensar que un desastre natural debilita la seguridad del país. 2. Las políticas públicas v/s la caridad: junto a ello, no podemos seguir con esta práctica malsana de resolver los grandes temas del Estado tales como la salud y la vivienda, echando mano a la caridad de la población y la beneficencia empresarial, para engorde de las instituciones caritativas y lujuria del planeta farandulero, cuyas respuestas son paños calientes para problemas que debiesen ser resueltos mediante politicas públicas inteligentes. La peor ayuda que la práctica caritativa puede hacer a nuestra madurez republicana es que la clase gobernante sea incapaz de tomar decisiones acertadas a la hora del desastre como ha sido esta ocasión, ya sea por la demora de los sistemas de información que estratégicamente debiesen estar en la almohada y en el bolsillo del gobernante y de su gabinete de turno, dejando para mucho después el reggaeton y el teléfono de los donantes a la hora de los teletones. Instituciones tales como el Hogar de Cristo, Un Techo para Chile y Teletón, entre otras, en nada ayudan para mejorar el papel del Estado, dándoles madurez y eficacia a sus prestaciones en los temas de salud y vivienda pública, mediante políticas y recursos públicos. Mientras terremotos y maremotos sea decisiones del Olimpo, no podemos dejar en manos de las instituciones caritativas la resolución de los grandes temas nacionales, porque son malas resoluciones a la vista de los resultados. Mediaguas mal construidas por manos inexpertas y con malos materiales son malas respuestas para una familia que lo ha perdido todo. Y en donde el Estado es el primer mediaguero al permitir usos del suelo en zonas que debieron ser consideradas de uso restringido y en donde el evento fue más violento, borrando de la faz de la ciudad pobres viviendas por una ola de arena y de escombros. Ola promovida por la propia incompetencia de los organismos públicos. A estas alturas, a nadie se le ocurriría hacer una erogación pública para actualizar el equipamiento de la defensa nacional. No existen hogares de cristo para adquirir aviones a reacción y submarinos de última generación. Entonces, por qué el Estado permite la realización de campañas de caridad para resolver temas de mayor importancia social que aquellos otros que consumen buena parte de los dineros públicos. 3. Una mejor infraestructura: está muy bien que el MOP haya hecho grandes esfuerzos para mejorar el plantel de equipamientos culturales (a pesar de nuestras grandes limitaciones para acceder a una cultura de calidad al estilo de lo que podemos ver en París, Londres o Sao Paulo) pero, hubiese sido mejor resolver las preocupaciones derivadas de la protección de la población, con espigones y arrecifes de costa, con áreas de protección, con diseños urbanos atentos con la naturaleza sísmica de nuestras territorio, etc. Hubiese sido mejor que de las autopistas urbanas construidas como malos ejemplos de la modernidad, hubiesen tenido al menos 5 centímetros más de soporte para evitar la caída de los puentes. Mientras ministerios y municipalidades sean virtuales gerencias del desarrollismo empresarial, comulgando con las ruedas de carreta de la ineptitud y el desatino, nuestros puentes se seguirán cayendo y nuestros edificios de viviendas continuarán volcándose cual trágicos condoritos de la historieta. En tal sentido, es impropio que la querida ciudad de Constitución sea la sede de una de las empresas más rentable en el uso de los recursos naturales, y sin embargo sus equipamientos educativos, sanitarios y culturales se hayan quedado pegados en el siglo XIX. 4. Reordenar las prioridades: si en algo nos sirve este evento telúrico es que nos desarma del ropaje brillante, llenos de luces con que la Concertación se propuso vestirnos y deja al aire nuestras desnudeces y verrugas como Nación, como República, como institucionalidad y como conglomerado social; incapaz de afrontar razonablemente un hecho natural que a estas alturas debiese estar instalado en el tope de las preocupaciones de la autoridad y de la sociedad. Nuestras ciudades son sísmicas, no lo podemos evitar. Podemos moderar los efectos con normativas precisas relacionadas con el poder destructor de la naturaleza, buena construcción y mejor diseño. Pero también nuestras ciudades son inundables y altamente contaminadas; y esto si lo podemos evitar, a pesar de la dejación y desidia de las autoridades, altamente responsables de los desastres provocados por los sismos y sus respectivos maremotos. Gran parte del desarrollo urbano se ha llevado a cabo en suelo de baja actitud y ocupación urbana (a propósito, ver Revista Urbano N° 19, mayo 2009). Buena parte de los suelos que se calificarán para la aprobada modificación del Plan Regulador Metropolitano son suelos inundables, suelos agrícolas que mantienen sin tratamiento ni resolución materiales químicos de larga degradación y que irán a los organismos vivientes que habiten dichas áreas. Mientras la aprobación de estos instrumentos esté en manos de una clase política mal preparada para asumir las funciones públicas, desconocedores de los grandes temas relacionados con el ordenamiento urbano y territorial, se puede esperar que cualquier evento por menor que sea, perjudique grandemente la seguridad de la población. ¿Y qué pasa con las instituciones públicas que definen las normas, aquellas que debiesen preocuparse de fijar los estándares más allá de los números que imponen los eventos naturales? ¿qué pasa con las instituciones de la defensa nacional que han salido muy mal paradas y peor calificadas socialmente a causa de este sismo?, ¿acaso un sismo y su posterior maremoto no debilita nuestra seguridad nacional?, ¿y qué sucede con los dirigentes de las cámaras gremiales cuyas cabezas se han esforzados en discursos fuera de tono y de mal gusto? ¿Y en qué quedan los miles de millones de pesos que se han perdido por malas decisiones y peores actuaciones?, ¿habrá algún organismo que persiga responsables y sean sancionados por la ley civil y penal? 5. Un nuevo urbanismo y urbanistas titulados: después de la catástrofe debemos mejorar la calidad de nuestra urbanística. No podemos seguir aplicando una urbanística en el papel altamente restrictiva, pero que en la práctica lo permite todo mediante modificaciones administrativas. No podemos seguir formulando planes reguladores que no son planes, porque hacen caso omiso entre otras, de la información sobre tsunamis disponible para todo el mundo en la red de Internet, sin programación ni proyectos. Después de la política de todo el territorio es objeto y sujeto de urbanización aplicada a rajatabla por el Minvu, ha llegado la hora de modificar el modelo urbano y pensar en otro urbanismo y en una urbanística atenta con los desastres naturales. Pero también, debemos pensar seriamente en introducir modificaciones en la formación de nuestros profesionales urbanistas, egresados de cursos que carecen de las asignaturas de planificación y diseño urbano, por ejemplo, requeridas por el moderno quehacer urbanístico. Junto a ello, los arquitectos no podemos seguir desconociendo el aporte de los abogados, de los ingenieros, de los geógrafos, de los sociólogos, entre otros, en la formulación de políticas, leyes, instrumentos y programas de ordenamiento urbano y territorial. A la brevedad requerimos de los centros de enseñanza superior, juristas especialistas en derecho urbanístico, de médicos especialistas en enfermedades urbanas, de demógrafos que nos digan si el nuevo suelo de extensión que los políticos se sienten en la tentación de calificar para su propio provecho y el de las inmobiliarias, se sustenta en razones derivadas de los crecimientos poblacionales. Pero sobre todo de urbanistas titulados en los cursos de postgrado con una formación curricular maciza. Hoy más que nunca requerimos de un urbanismo asentado en el conocimiento pleno del territorio, de sus capacidades de acogida y de sus habitantes, de sus restricciones y potencialidades; un urbanismo surgido de una legislación moderna, con óptimos sistemas de gestión y de participación pública desarrollados de modo previo a la propia ejecución del plan; de un urbanismo que guíe el desarrollo y controle los excesos y malos usos urbanos, con un sistema disciplinar que sancione al transgresor y demuela lo mal construido, antes que venga un sismo o un maremoto y ponga las cosas en su lugar con costosas pérdidas de vidas humanas. Las lecciones de esta hecatombe son muchas y deben transformarse en temas nacionales, alejados del modelo económico desarrollista, esteril de los recursos naturales y lo bastante divorciado de las empresas de caridad que hoy entorpecen malignamente la calidad de las decisiones y actuaciones de un aparato estatal que presume de modernidad.



Inicia sesión para enviar comentarios