30 Marzo 2010

¿Vale la pena eliminar un bosque esclerófilo?

Columna de opinión de Patricio Herman de la Fundación Defendamos la Ciudad, publicada en diario La Nación el 30 de marzo de 2010.

Columna de opinión de Patricio Herman de la Fundación Defendamos la Ciudad, publicada en diario La Nación el 30 de marzo de 2010. El bosque esclerófilo Panul tiene 92 hectáreas y se localiza en la parte alta de la comuna de La Florida. Tiene una rica flora y avifauna valorada por las comunidades que viven en sus inmediaciones y su ecosistema enfrenta el riesgo latente de desaparecer, porque su propietario desea rentabilizar este patrimonio ambiental eliminando todas sus especies vegetales para ser reemplazadas por mil 200 casas, 22 edificios y las calles necesarias; es decir, se cambiaría oxígeno por dióxido de carbono y más emisiones de partículas a la atmósfera. Una experta manifestó al respecto que “estos bosques son únicos en Chile y en la zona central es donde se desarrollan con vegetación de mayor diversidad. El bosque esclerófilo, que se ha adecuado al ambiente adverso, es un tipo de ecosistema muy amenazado. Quedan pocos a nivel mundial y éste es vital para el contaminado Santiago. Hay temas de retención de aguas, de limpieza de aire, de valor escénico, que son importantes para una megalópolis como ésta”. El dueño del bosque presentó en la Conama una Declaración de Impacto Ambiental, a pesar de que sabía que el procedimiento idóneo era ingresar al sistema vía un estudio, y como era de esperarse los servicios públicos mayoritariamente la rechazaron, por diversas razones, pero como el negocio ad portas es millonario, su titular se ha movido estratégicamente para que los anteriores modifiquen sus criterios para que finalmente la Dirección de Obras respectiva le autorice el permiso de edificación. Por fortuna para los equilibrios ambientales, existen dos decretos supremos del Ministerio de Agricultura, vigentes desde hace 36 años, que protegen la zona precordillerana de esta región, los cuales prohíben la tala indiscriminada de vegetación (árboles y arbustos), de modo de evitar la erosión de los suelos en amplias zonas de las comunas del sector oriente de la capital. A pesar de que los textos de ambos cuerpos normativos son muy explícitos en cuanto a la preservación de la naturaleza, existen algunos débiles funcionarios de la administración del Estado que curiosamente han preferido interpretarlos de manera distinta en su letra y espíritu. Está claro que con ese tipo de lenidad pública se haría posible la consecución del proyecto inmobiliario y en paralelo se prescindiría de ese magnífico bosque. Esos funcionarios, haciendo malabares lingüísticos con el vocablo “construcción”, aducen que en el área protegida por los decretos supremos se pueden autorizar construcciones, incluso las inmobiliarias privadas, en circunstancias que lo que sí se permite son construcciones de obras que tengan por único propósito un beneficio público. Es tan burda esa disquisición que no resiste un análisis serio, entre otros motivos porque contradice abiertamente el sentido de los decretos. Es anecdótico que el empresario que desea devastar este bosque esclerófilo haya sido muy amigo del general Pinochet, en cuyo gobierno él lo compró muy barato, según lo consignó un artículo de La Nación, y que sean dos actos legales del anterior citado los que le impidan la obtención de esa atractiva plusvalía patrimonial. Si se respetan estos decretos, como lo esperamos en un gobierno de excelencia, se salvarán infinidad de zorros, quiques, tordos, picaflores, chunchos, entre otros, y una gran variedad de insectos que engrandecen la biodiversidad de esta cuenca saturada. Según un reciente informe de la Organización para la Agricultura y Alimentación (FAO) de Naciones Unidas, los bosques continúan perdiendo áreas a un ritmo alarmante en algunos países, en la evaluación de los recursos forestales mundiales se encontró que la desaparición más aguda de cubierta forestal se da en África y Sudamérica, lo que no es de extrañar porque, en general, las instituciones de los países de estos continentes todavía no entienden lo que es el desarrollo urbano sustentable. El gobierno de Piñera podría derogar esos decretos de Pinochet para viabilizar el negocio aludido, pero tal iniciativa la consideraríamos de pésimo gusto.



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